La humanidad
en el mismo viaje
Lenguaje y Comunicación
Nadia López Casas
Maestra en Docencia para la Educación Media Superior (MADEMS) de la UNAM, profesora de CCH Naucalpan, imparte la signatura de Taller de Lectura, Redacción e Iniciación a la Investigación Documental I a IV. Intereses en nuevas tecnologías aplicadas a la educación y la música como recurso didáctico para el proceso de enseñanza aprendizaje.
nadiaverdeolivo@gmail.com
Las despedidas deberían ser más profundas e importantes,
dedicado a todos los seres queridos que no lograron
sobrevivir en la pandemia, duele saber que ya no están.
Estas palabras son escritas mientras no sabemos aún si estamos en el momento anterior al pico de la pandemia, o en la mitad de su camino. Lo seguro es que aún no se visibiliza el final de este problema. Un problema que marca un hito en la humanidad del siglo XXI. La pandemia de la COVID-19, “nos ha hecho a todo el mundo ahora sí, de verdad, a todo el mundo darnos cuenta que estamos en el mismo barco” (Žižek, 2020). Este mundo globalizado nos ha traído un sinfín de maravillas que nuestros abuelos únicamente soñaban y que nosotros podemos hacer con más facilidades que en tiempos pretéritos. Como: conocer museos virtuales, no depender de los noticieros para acércanos a las noticias del momento, grabar con nuestras cámaras eventos especiales y compartirlos en segundos con millones de personas. Viajar, si los recursos lo permiten, a lugares en horas, cuando anteriormente se necesitaban días o meses.
Precisamente esto último es lo que hizo que el mundo entero entrara a esta fase de dispersión de la enfermedad, en todos los continentes y en todas las naciones. Viajando a través de su anfitrión favorito, el ser humano. Diseminándose y reproduciéndose con la ayuda del humano, con su habla y con su cuerpo. Con la acción que lo ha llevado a poblar de norte a sur, de este a oeste el mundo donde vivimos: -los viajes, el movimiento-, la actitud de nómada que lo ha llevado a descubrir nuevos paisajes y lugares ignotos; en la tierra, en el agua, en el aire o la estratosfera, es ahora el motivo principal por el que este virus llegó a todos los lugares del mundo.
Nuestras vidas cotidianas estaban seguras cuando oíamos que una nueva cepa viral altamente contagiosa, se concentraba en Wuhan, en la lejana China. –Que mal–, pensábamos, –ojalá que el gobierno de ese país haga algo–. Comentamos todavía con la seguridad que nos daba la distancia física, de aquel país que conocemos milenario, pero misterioso. Pero poco a poco las noticias nos informaban del pronto avance de esta plaga (una de tantas) de proporciones épicas. Hasta que por fin, llegó a nosotros, llegó al país, al estado, a la colonia.
Aquellas imágenes surrealistas donde veíamos personas usando cubre bocas en la calle, en el transporte público, en los centros comerciales, en las reuniones familiares, se convirtieron progresivamente en parte de nuestra realidad. Las escenas lejanas de un país lejano, dieron paso a imágenes cotidianas en nuestra propia nación, en nuestra realidad.
Alguna vez salimos de clases, de nuestras escuelas o facultades; con tareas pendientes, con proyectos a futuro, con despedidas cortas y rutinarias. Sin estar conscientes de que no regresaríamos, de que esos proyectos se postergaron o desaparecieron y con la noción de que las despedidas deberían ser más profundas e importantes.
Nosotros –estudiantes, docentes, trabajadores–, como parte de esta comunidad llamada UNAM, resentimos de manera particular, distinta y en conjunto, la llegada de esta pandemia.
Nuestra estancia aquí, en la universidad, es desde el primer momento, un asunto completamente gregario, un conjunto de relaciones físicas y sociales. Para los académicos y trabajadores, también laborales. Para decirlo de otra manera, es un lugar con muchas personas. Tanto en su interior, aulas patios, jardines, pasillos; como en su exterior, en los alrededores, con sus papelerías, expendios de comida, los lugares destinados al transporte público, los estacionamientos. En fin, damos por normal todas estas concentraciones de personas hasta que una pandemia de este tipo, nos dice que las
aglutinaciones son incorrectas y hay que evitarlas.
Las primeras acciones que tomó el gobierno para tratar de detener los contagios y que en consecuencia, golpearon nuestra realidad y cotidianidad, fueron los cierres de las escuelas. La SEP, con los distintos niveles educativos, kínder, primarias y secundarias. La UNAM después de un periodo de reflexión y tensión optó por el mismo camino. Posteriormente se elaboraron un conjunto de protocolos de sanidad, adoptados aquí, en nuestro país, como en distintas naciones en todo el orbe.
De ellas están las que se concentran de forma individual. Como el uso del cubrebocas, las máscaras que protegen el rostro por completo, el uso continuo del gel antibacterial y el correcto lavado de manos, son las más usuales. Asimismo, las generales: la sana distancia, prescindir y evitar lo más posible las aglomeraciones. Y la recomendación más ardua y difícil de todas: el confinamiento. Voluntario o involuntario.
¿Por qué es difícil el confinamiento? ¿Qué problemas nos ha traído, de forma individual y social? o más bien, ¿Qué
KELLY SIKKEMA
problemas apenas se nos han revelado, pero siempre han estado ahí? Antes de responder a tan delicado asunto (El País, 2020), creo conveniente dedicar unas palabras acerca de nuestras vidas en esta sociedad suspendida.
La sociedad en la que vivimos, es parte de una sociedad a su vez más grande, perteneciente al pensamiento occidental. Nuestra educación es predominantemente europea, la educación que impartimos en nuestras escuelas proviene del pensamiento griego-latino, el idioma que hablamos –el Español– es un idioma de origen europeo. Los conceptos filosóficos provienen del mismo lugar. La religión en la que nuestro país rige su calendario, seamos creyentes o no, –estamos en el año 2020 después del nacimiento de Cristo–, es judeo-cristiana. Por tanto, tenemos una identidad más cercana entre América –como continente– a Europa, que, por ejemplo, Asia o África. Esto es lo que llamamos el mundo occidental, por lo que estamos incluidos en este concepto.
Por eso, las cuestiones ideológicas van de la mano así como los imaginarios colectivos. Creyendo que son metas individuales, en realidad son creaciones o construcciones sociales, aplicables para un habitante de, digamos, un joven de España, un estudiante de CCH-Naucalpan o un adolescente de Seattle, Washington en E.E. U.U. Claro, con sus respectivas diferencias.
El predominio de nuestra educación actualmente es individual y de competencia. El desarrollo de nuestra educación se basa predominantemente de forma externa versus interna (explicar pronto los conceptos). Esto, porque la sociedad en que estamos inmersos y en la que nuestro educando se dirige es así, individualista, competitiva y la mayoría de las veces superficial.
De forma rápida entraré en estos asuntos difíciles y espinosos. Nos hemos educado para ser mejores en todo; en la escuela, con nuestras buenas calificaciones; en los deportes, como sobresalir con medallas o mejores lugares en un pódium imaginario. O escoger un equipo exitoso de un deporte cualquiera y gritar las victorias o
llorar las derrotas, o ver “reality shows” de cantantes, chefs, o actores, que buscan un primer lugar en los concursos disfrutándolos como propios. Aprendiendo al mismo tiempo que las derrotas son para otras personas, no para nosotros. La derrota como lo peor que nos puede pasar, la victoria como mérito al que se esforzó más. Ser mejores a costa de todo. Los actores de películas, los “influencers”, los creadores y nuevos millonarios de las redes sociales, son los ejemplos a seguir.
Así, vemos la ambición como una virtud, la eficiencia como una disciplina y la rapidez como capacidad. Nos esforzamos por ser parte de un engranaje social y nos convertimos en amos y explotadores de nosotros mismos. Nos exigimos demasiado.
Por otro lado, nos construimos una imagen de nosotros mismos exteriormente. Nosotros viajando, ya sea de paseo, a un país desconocido o de negocios. Comiendo afuera, en un puesto de comida, en una franquicia de comida rápida o un restaurante. También construimos una visión laboral de nosotros en el exterior, en una empresa exitosa, en un país extranjero,–un país del primer mundo, claro está– la idea general es evitar el “aquí” incluso “el ahora”.
Nuestra supuesta manera de divertirnos al modo occidental es, “salir”. Con los amigos/as. Individualmente o con pareja a los bares, centros de entretenimiento, conciertos; en fin, lugares de gran concurrencia. Bueno, pues llegó la pandemia y trajo el confinamiento. Cortando de tajo todas estas ideas. Dejándonos a la deriva con nosotros mismos.
Nadie estaba advertido que las cosas que hacíamos no eran las únicas cosas que podíamos hacer, teníamos que oír la radio y la televisión diciéndonos qué hacer. –No salgas, quédate en casa, juega con tus familiares, haz cosas de provecho en el confinamiento– y así por el estilo.
De pronto, sin pensarlo mucho, nos quedamos con tiempo libre y no sabemos la manera de administrar la “nada”. Ser productivos en este mundo significa estar
De pronto, sin pensarlo mucho, nos quedamos con tiempo libre y no sabemos la manera de administrar la “nada”.
haciendo algo. Y de pronto no sabemos cómo combatir el aburrimiento. Somos acumuladores de cosas físicas, pero no de tiempo libre, no de ocio.
Nos encontramos con nosotros mismos y nos damos cuenta que no nos conocemos. El alumno ha perdido su identidad social de alumno, ahora es el hijo o el hermano. El profesor ha perdido su poder social de profesor, ahora es el padre o la madre solamente; y su nicho social externo, dentro de las paredes de su casa, no importa. Pasamos más tiempo fuera de nuestras casas, por distintos motivos, que con nuestras familias, que ahora estamos conociéndonos, amándonos u odiándonos.
Las jerarquías dentro de nuestra familia, el padre, la madre, el hijo, la hermana, el tío, perviven y son más fuertes. El “más pequeño”, es cuidado y ordenado, por el “más grande”. Aquí, los grados académicos no existen, y el peso social externo, se difumina.
Ahora bien, no estamos acostumbrados a colaborar, a dar. Estamos educados para ser individualistas, a tomar. Pero siempre afuera, nunca adentro y nuestros mundos chocan. Nos sentimos irritados, porque dentro de esta jerarquía familiar, tenemos que obedecer, nunca discutir. Estamos aburridos, a pesar del internet y de las series de
moda. Porque nuestro mundo está “afuera” o debería de estar afuera. Pero hoy, ese “afuera” significa “peligro”. El “adentro” es más seguro.
La convivencia significa ceder, ya sea nuestro espacio, nuestras opiniones o nuestra libertad, y eso es difícil en este mundo competitivo, donde se premia la diferencia del vencedor y no la igualdad que te impide sobresalir, pero ayuda a integrarse.
Por otro lado, tenemos educación formativa, laboral, física, científica, humanística, pero no emocional. Y aquí es donde nos damos cuenta la falta de ésta. El confinamiento nos ha mostrado, como un espejo, el verdadero rostro de nosotros. No somos “el estudiante” o “el profesor”; somos el hijo o hija; el hermano o la hermano; el papá o la mamá. Las emociones se desbordan, se mezclan, se intensifican y no las podemos manejar, no sabemos cómo.
En el exterior, el peligro radica en comportarnos de forma gregaria, que es nuestra naturaleza y la escuela es eso, gregaria, multitudes por todos lados. El confinamiento nos aísla, nos controla, y nos observa.
El ejemplo es claro, los “famosos” nos dicen que aportarán sus “conocimientos” para sobrellevar este
GUILLERMO MORENO SANTIAGO
encierro. Comparten en su mayoría videos de ellos ejercitando su cuerpo. Como una especie de virtud al culto a uno mismo. A nuestros cuerpos. Como si el hacer ejercicio nos elevara a la sabiduría. Entonces ¿Y nuestras mentes? ¿Nuestras emociones? ¿No son igualmente importantes?
Claro que lo son, ellas equilibradas con el raciocinio, nos permiten vivir y disfrutar el mundo en su totalidad. Alejarnos de lo que nos molesta o salvarnos de situaciones incómodas o peligrosas. Pero si predominan –los sentimientos– más que la razón, son inspiración de problemas de integración, de inseguridad, y son el motivo de estudio de la sicología.
No es materia principal de estas palabras describir los procesos mentales y sumergirnos en los misterios nebulosos de la mente, de los procesos de raciocinio o de las conexiones mente y cuerpo. Es entender que tal vez, nos hemos enfocado demasiado en el exterior, tanto físicamente: como los espacios abiertos, los distintos lugares a los que pensamos ir por gusto o por cuestiones educativas y/o laborares o simplemente alejarnos del lugar donde residimos.
Y también del interior corporal, ahí donde radica lo que somos, la mente, el alma o comoquiera que se le llame a esa parte de nosotros que siempre tratamos de evitar, y que le llamamos “aburrición” cuando nos encontramos sin nada que hacer, como ahora con el confinamiento. Aquella parte que mitigamos con las redes sociales, con música, con bebidas alcohólicas, con hobbies, usamos infinidad de artículos, incluidos las amistades, o el celular, para no estar con nosotros mismos, para no oír lo que tenemos que decirnos, lo que sentimos, lo que pensamos muy a nuestro pesar, pero que eso es lo que somos. No somos lo que mostramos afuera de nuestras casas, somos, sin riesgo a equivocarnos, lo que somos dentro de ellas, ahí nos formamos, ahí aprendimos a caminar y hablar, a tener modales o ser maleducados y así por el estilo.
También no somos lo que mostramos afuera, lo que subimos a las redes sociales, lo que los demás ven
cuando interactuamos en conjunto, o mejor dicho somos la mezcla de un ser exterior, –ahora sí, lo anteriormente dicho– junto al ser, los pensamientos y sentimientos que están con nosotros siempre, le llamemos como le llamemos: el lugar y el conjunto de sensaciones que están ahí cuando cerramos los ojos, eso también somos; una deliciosa complejidad.
Tal vez este confinamiento, esta pandemia, nos ha mostrado un rostro de nosotros que no conocíamos, una persona distinta de la que creíamos ser. Una de las primeras etapas para solucionar un problema es el reconocimiento del problema mismo, el ejercicio de la autocrítica, nos da las pautas para establecer los puntos de conflicto en nosotros mismos. Por tanto, si salimos de esta situación con la consigna de superar los obstáculos y transmitir a nosotros mismos y a nuestros educandos esa parte o esas partes de conflicto, y sus consecuencias, podemos en conjunto, buscar soluciones reales, soluciones a problemas profundos, problemas humanos. Dada la postura dificultosa y laberíntica del ser humano, nuestro futuro se vislumbra complicado, pero con un futuro, al fin y al cabo. Y como lo sabemos quienes nos dedicamos a la enseñanza, las crisis mundiales son cambios de camino, virajes hacia un distinto trayecto, una nueva autopista donde vamos todos –la humanidad–, en el mismo auto, en el mismo viaje.
Fuentes de consulta
- Gobierno de México (2020). Todo sobre el COVID-19. Recuperado de https://coronavirus.gob.mx/
- Žižek, S. (2020). Pandemia. La covid -19 estremece al mundo. Recuperado de https://bit.ly/2YycofT
- El País. (2020). Los efectos del confinamiento en la salud mental de los niños y adolescentes. Recuperado de https://bit.ly/34yXVEa